martes, 15 de julio de 2014

La vida maravillosa (parte I)


La idea de la evolución en tanto marcha lineal es completamente falsa. El panorama actual (como todo lo que existe) es producto de un sinnúmero de accidentes sin los cuales el ser humano nunca habría existido. En esta nota se expondrá cómo esta característica se evidencia desde los albores de la vida compleja. 



Detrás de cada escenario hay una secuencia de hechos específicos que dieron un resultado determinado. Descubrimientos científicos conducen a la conjetura de que una cosa en particular es lo que es gracias a sus componentes presentes e históricos. Esta norma puede encender una razonable especulación, explotada en muchas películas de ficción: cámbiese cualquier acontecimiento, no sólo los más influyentes, del derrotero evolutivo (o por qué no de la historia moderna), y la coyuntura habrá de cambiar. Quizá drásticamente.

Sólo a veces (y en el mejor de los casos), algunos episodios de la vida dejaron migajas que permiten considerar la sutil interacción de ecosistemas y formas de vida, situados en pasados remotos.

La experiencia indica que si un desbarajuste, o una serie de ellos, en el medio ambiente sobrepasa cierto límite, puede verse inaugurada una fase global de convulsiones.

Una versión extrema de estos períodos de agitación, geológicamente breves pero devastadores, son conocidos como extinciones masivas. Permanece la meta universal de la supervivencia, pero los índices se exhiben trastornados e implacables. Es un gran contraste en comparación con las "armónicas" extinciones de fondo que presentan las etapas ordinarias.

Estas debacles, bautizadas también como grandes mortandades, son algo así como un estado de sitio de la biósfera que suspende la selección natural tal y como se la conoce. La variada gama de adaptaciones y especializaciones, favorables en el marco en que surgieron, devienen deficientes. Elementos que para el organismo no eran de gran utilidad pueden ser la llave de la salvación. 

Vertiginosamente, la obra de teatro biológica merma de manera profunda. Pero, la vida ha demostrado ser tenaz. Homínida insistirá seguido en este calificativo.



Superada la fragilidad, la biósfera logra tímidamente recuperar su vigorosidad, siempre con nuevos protagonistas. Eso es, a grandes rasgos, lo que sucedió en las cinco extinciones masivas que se han logrado detectar.


El pristerognarthus, un extraño animal
 anterior a los dinosaurios, que convivió
 con ellos y se extinguió  hace 200 millones de años.


No obstante, la destrucción no tiene una sola cara: puede ser también un agente de creación. La última gran crisis fue requisito excluyente para la vigente supremacía del mamífero, que hasta ese entonces no ofrecía más que pequeños insectívoros que sólo podían salir de sus madrigueras bajo el manto de la noche, cuando los gigantes dormían. Estas pequeñas “ratas” no tenían este comportamiento por antojo evolutivo, sino porque debían lidiar con los dinosaurios y sus 160 millones de años de predominio global.

Pese a que continúa el debate sobre los
Purgatorius, antepasado de los mamíferos
factores que intervinieron, hace 65 millones de años comenzó a cambiar el panorama a raíz de una serie de hechos entre los que destaca la colisión de un gran meteorito contra la Tierra. 



A purgatorius, tentativo ancestro común de todos los mamíferos (sí, de usted también, querido lector), no le iba mal antes de ello, pero comenzó a prosperar de una forma superadora en un ambiente en el cual todo animal grande sucumbía (algo común en este tipo de crisis globales).

Vuélvase al presente y apréciese la exuberante variedad de seres vivos: todos son producto de accidentes y no de un desarrollo lineal. No obstante, hay una maquinal resistencia a desechar esto porque favorecía la creencia de que el humano era una instancia inexorable.

Uno de tantos argumentos que refutan la idea de inevitabilidad humana, está magistralmente disponible en La vida maravillosa, del paleontólogo Stephen Jay Gould, donde se narra la crónica de una de las revoluciones intelectuales más grandes y menospreciadas de la historia, una de ésas que reubicó drásticamente la posición que se reservaba para el homo sapiens.



Fuera de su campo, este acontecimiento nunca tuvo ni por asomo la trascendencia que mereció. Y merece, ya que esta ruptura testimonia el protagonismo de la contingencia en el desenvolvimiento de la vida a lo largo de su historia. Y la contingencia es adversaria del propósito, por ende también de casi todas las concepciones místicas que explotan los temores más primitivos, como no ser el centro de todas las cosas.

Columbia Británica, la locación que
 aloja el invaluable yacimiento
El libro encuentra su centro geográfico en Burguess Shale, un yacimiento de una época posteriormente cercana a la Explosión Cámbrica, uno de los capítulos más fascinantes que haya presenciado jamás el planeta. Esta caldera ubicada en Canadá, otrora sumergida en un océano, es la más rica en fósiles invertebrados (los de más improbable conservación). Testifica los tiempos en que brotaron de los océanos todos los planes anatómicos que la vida compleja ostentó alguna vez.

El yacimiento dejó constancia de los aproximadamente cuarenta diseños que existieron alguna vez. Han sobrevivido sólo cuatro hasta hoy, incluido el suyo, lector, y el de quien escribe, que es el de los cordados, definidos principalmente por la presencia de la espina dorsal.

Resumiendo: el pico máximo alcanzado por la diversidad (respecto a estos planes, no a especies) se produjo hace 500 millones de años. La mayoría de esos arquetipos no tardó mucho en desaparecer, situación caracterizada por Gould como “diversificación temprana y posterior diezmación”.

De esta manera, se desplomó lo que en algún momento se denominó como el cono de diversidad creciente, sintetizando el anhelado árbol que describía la evolución en su andar, de lo arcaico a lo complejo. 

Sobre esta misma fase temprana, el paleoantropólogo Richard Leakey comentó que si un hipotético plan estructural “no surgió en ese festival de innovaciones, entonces se condenó a estar ausente por toda la eternidad”.



A la izquierda: el arbitrario y desechado  cono
 de diversidad creciente. A la derecha: el nuevo árbol de la vida,
 convertido, a la luz de las pruebas, en el arbusto de la vida.



Avances de este tipo en el saber debieran gozar de predilección a la hora de la educación institucional del niño. El aprendizaje  será arduo, pero, si es impartido con la didáctica apropiada, la curiosidad del niño hará el resto. Así se emprendería el amable avance, teniendo de cómplice al precioso camino que ha recorrido la vida desde sus orígenes hasta actualidad. Pero el contexto educacional vigente se diferencia negativamente.

Sucesivamente, el paso del tiempo ha traído  relativos progresos al saber popular. No obstante, es miserable en contraste con el bagaje disponible. En la historia moderna a los pueblos se les da, en el más generoso de los casos, lo menos posible.

Un ejemplo de esto es la (causalmente) instalada “marcha del progreso”, que expone una fila de monos que con el paso de los integrantes se van “antropormorfizando” hasta llegar al homo sapiens actual. Saber que "el hombre desciende del mono” podrá ser un adelanto en virtud de lo que se concebía hace aproximadamente un siglo, pero no quita que la imagen y el concepto mismo sean apócrifos. Se está en presencia, una vez más, de una pretensión ideológica.


La caldera de Burguess Shale, embajada de la vida compleja recién amanecida, es uno de los muchos argumentos que conspiran contra “la marcha del progreso”.

Nos encontraremos nuevamente en la segunda y última entrega de La vida maravillosa.



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